Naciste con el nombre de Norma Jean Mortenson, pero tu madre te bautizó como Norma Jean Baker para evitar sacar a la luz tu origen bastardo. Ya naciste sin una identidad clara. Poco a poco te la tuviste que ir inventando después de que tu infancia la transcurrieras como una maleta que va de casa en casa, o un paquete que pasa de mano en mano. Tu infancia nació sin referencias sobre las que apoyarte. Pero decidiste vengarte de eso y de mucho más..., y creaste algo que parecía más grandioso que tú misma: Marilyn Monroe.
Un sueño hollywoodiense burbujeante y espectacular, a la par que frívolo pero atractivo, como la misma meca del cine. Sin embargo, un espectro siniestro aleteaba siempre tras la figura y nunca llegó a pasar desapercibido. Era como una piedra negra en el fondo del lago que se podía atisbar tras la mirada intencionadamente ingenua, aunque extraviada, en el vacío sobre el que tuviste que nadar.
Y parece que ni la misma Marilyn pudo salvarte. La niña huérfana al final seguía llorando en el seno de tu conciencia hasta el final de tus días. Y nadie pudo apagar ese llanto silencioso en el que te emborrachabas en soledad.
Acabo de leer en esos versos, que han salido a la luz para alimentar aun más tu inmortalidad, un hallazgo que para muchos de nosotros ya era una intuición muy viva. Tus miserias no fue capaz de ahogarlas ni la mismísima Marilyn Monroe. Ese personaje que construiste con precisión milimétrica hasta casi serte ajena, ya que como tú afirmaste en algún renglón perdido: "¿Cómo puedo encarnar a una chica tan feliz, juvenil y llena de esperanzas? (...) "busco la manera de interpretar este papel, desde siempre mi vida entera me ha deprimido".
Infeliz toda tu vida, tras una máscara cómica. Quizás eso fue lo que te encumbró a la “gloria”.
Y al final llegó la muerte, y con ella el mito eterno y sublime. Nadie sabe con certeza las circunstancias de tu muerte. Ahora sólo sabemos que sobre el lecho encontraron a Norma abandonada por Marilyn.
Llorenç Garcia
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