dilluns, 11 de gener del 2010

La tonta del amor

Llegó alegre, dicharachera, parloteando en italiano. Llevaba ya dos meses en España y apenas articulaba palabra en castellano. Tenía 32 años y estaba decidida a enraizarse en este país. Me explicaba, entre ilusionada y preocupada, que había tomado la decisión de dar un giro de 180 grados a su vida y embarcarse en una nueva aventura que sacudiera todos los lodos que, según ella, se vivían en Italia.
A pesar de usar unas palabras con las que ellas se ungía de valor ante un cambio que de por sí exigía de cierto valor, en sus ojos un tanto vidriosos se traslucía un brillo de "no sé muy bien qué hago aquí". Lo que me indujo a pensar que había una parte de su particular epopeya que no me quiso revelar.
En su primera clase le enseñé la diferencia entre "ser" y "estar", primer reto de todo estudiante extranjero que llega a España. Como buena italiana, no le supuso ningún problema comprender dicho concepto, ya que su lengua materna y su mentalidad latina le facilitaban un acercamiento a nuestras palabras. (Aunque también este parentesco era una fuente de interferencias y comodín para la pereza. "Si me entienden, qué más da. Vaffan culo.")
En la segunda clase, cuando llegó el turno de los presentes regulares, ahondó un poco más en su situación actual. A pesar de que su anhelo por establecerse en España era sólido como el plomo, no ocultó una creciente desesperanza por materializar su sueño ya que la preocupación por encontrar empleo se iba tornando más imperiosa a la par que asfixiante: "Con 32 años, ¿a dónde voy yo? Aquí además parece que por ser extranjera te cierran todas las puertas." Los gastos también empezaban a hacer peligrar los ahorros acumulados tan prolijamente para comenzar su nuevo camino en tierras foráneas.
Me dejó boquiabierto el hecho de que tras su abandono de Italia, también había dejado atrás un trabajo estable. Mi perplejidad se bifurcaba en dos vertientes diferentes: una, por lo descabellado que parecía en medio de una crisis económica galopante que asolaba toda Europa y que con España se había cebado con especial crudeza y, dos, el valor de sacrificar el bienestar en aras de cumplir un sueño. Debe de ser una mujer valiente y corajuda. A pesar de todo, cuando le observaba el semblante, había una pieza que no acababa de encajar en este rompecabezas. Quizás era hora de enseñar el presente irregular. Su intrepidez era indudable, pero la veía de talante suficientemente robusta como para arrostrar las embestidas del que aborda una aventura de tal calibre.
La tercera clase trataba sobre los tiempos pretéritos. Mientras los trataba de practicar con cierta dificultad, me percaté de un tatuaje impreso en la parte interna de un brazo que constaba de unas letras de algún alfabeto exótico, probablemente hebreo. Aprovechándome de la naturalidad con la que me había revelado sus episodios vitales, me permití la licencia de preguntarle qué significaba aquel vocablo grabado en la piel. Me espetó un "no sé" como respuesta ante la cual mi incredulidad se hacía palpable en mi rostro. Ella fingió no darle importancia, pero yo intuí que la contestación ante aquel enigma imprevisto sería esa pieza del rompecabezas que completaría el sentido. La gramática también quedó como inconclusa porque había una parte del pasado que no se acababa de comprender.
Cuando tocaba la cuarta clase, la del futuro, me anunciaron que había renunciado a la continuación del curso. En medio del trasiego laboral, tuve la oportunidad de topármela a la entrada de la academia. En el poco tiempo que me concedía la urgencia por atender a otro alumno, me soltó secamente que tenía claro que iba a volver a Italia. "¿Por qué?", sería mi reacción automática a la que ella giró la cabeza tajante con una negación que en parte desdecía ese valor por empezar una nueva vida. La clase del futuro quedó truncada, al menos para ella.
A la tarde, exhausto de la jornada, conecté el ordenador para escampar un poco las fatigas mentales del trabajo. Para mi sorpresa, me encontré a mi ya ex estudiante en el chat de una red social y no dudé en entablar conversación con ella:
- ¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué has decidido abandonar España de manera tan repentina? Me afirmaste convencida que te quedarías en este país.
- En realidad, yo estaba aquí por un chico...
- ¿Ein?
- ... Y me ha escrito hoy para decirme que abandonaba la ciudad. Así que ya no tiene sentido continuar aquí para mí.
- ¿Y por un chico arrojas toda tu estable vida pasada y vienes a un país en plena decadencia laboral?
- Ese hombre lo es todo para mí. Representaba mis sueños y mis ilusiones. No necesito nada más en la vida.
- ¿Y por qué no piensas más en ti misma y, ya que has pagado una buena cantidad de dinero por el curso, lo completas?
- Me da igual el curso. Voy a estar aquí pocos días y ya sólo quiero disfrutar como una turista.
- ¿En serio todo por un hombre?
- Claro, ¿recuerdas el tatuaje que llevaba en el brazo? Pues era su nombre.
Aquello ya supuso el hallazgo de esa pieza perdida ante ciertas incoherencias entre lo que me había estado contando y lo que su mirada insegura me transmitía. Al mismo tiempo, fue un duro golpe que derrocó de un plumazo el mito de la mujer fuerte y decidida que había cogido las riendas de su destino contra toda adversidad y empuñado el valor como espada. Casi como una amazona dibujada en mi mente, moría a cuestas de su caballo impotente ante el peso de una verdad descubierta. Y parecían quedar solamente las cenizas de algo que nunca existió y ni una imaginación prodigiosa podría haber materializado.
Aquella muchacha italiana únicamente era un esperpento sin espíritu con apenas una sombra de romanticismo inútil, un estafermo articulado por un deseo frustrado sin visos de cumplirse. Una ánima que no había aprendido a quererse y que volcó toda responsabilidad de ilusión en un hombre que ni la amaba. Una profunda tristeza me embargó cuando me vi identificado con esta italiana en un momento lejano de mi vida. Pero hay gente que no aprende. Así que el día de Todos los Santos le encendí una vela con la esperanza sobrenatural de que algún día mi antigua estudiante se reencontrara con su alma.
Llorenç Garcia

divendres, 1 de gener del 2010

La felicitat té alzheimer

Ai! Que t'has esmunyit de la nit al matí, al pou de la felicitat en què vas caure casualment. Aní a cercar-te, m'he abocat milers de vegades preguntant a estels i lluna si algun dia trauries el cap per poder retraure't no haver-me dit adéu i després, abans de tornar a enfonsar-t'hi a les aigües molsoses, donar-te dues besades a les teues galtes molsudes i desitjar-te el millor averany. Lamente que la teua felicitat esperone un buit d'oblit cap a mi. ¿Que té alzheimer aquest goig permanent que t'arrabassà de la meua vida? ¿Per què no em deixa compartir-lo amb mi?
Bé, amic. Espere que continues ofegant-te en el llac d'aigua dolça fins que te n'isquen escates i ja no sàpies ensumar un altre sentiment. Jo em quede a l'albir dels capriciosos clarobscurs viscuts sobre la superfície. Si algun dia t'apropasses al límit i la teua enterbolida vista distingís la meua silueta, mulla'm una miqueta llançant-me un rajolí d'aigua amb la boca de besuguet que ja deus tindre.
Llorenç Garcia